Editorial

Democracia secuestrada

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Aun día de la elección presidencial en Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro subió el tono de defensa de su polémico triunfo, cargado de sospechas de fraude, anunciando que retirará a todo su personal diplomático de Chile y los otros seis países de la región que no reconocieron el resultado, al tiempo que exigió que se vayan de Caracas los representantes de esas mismas naciones. La clásica retórica del chavismo, que ha caracterizado a todas las declaraciones oficiales del Gobierno venezolano, no hizo más que ahondar la preocupación por lo que puede ser un conflicto social de magnitudes indeseadas para Venezuela y la región.

La presión internacional es esencial para retomar la institucionalidad, por el bien del pueblo venezolano y la estabilidad de la región.

El canciller chileno Alberto Van Klaveren no dudó en juzgar la reacción de Venezuela como “propia de regímenes dictatoriales”, hasta ahora una calificación inédita por parte del actual Gobierno, que se había mantenido extremadamente cauto ante la suma de maniobras que llevó adelante dicho país para impedir la inscripción de candidaturas competitivas en la elección del pasado domingo. Las declaraciones del ministro profundizaron así la postura manifestada horas antes por el Presidente Gabriel Boric, quien exigió la publicación de las actas electorales antes de reconocer los resultados.

El endurecimiento de la posición chilena frente a Caracas, sin duda, tensionará aún más las ya deterioradas relaciones de La Moneda con el Partido Comunista, una de las principales fuerzas políticas de la coalición gobernante, y que ayer emitió una declaración oficial saludando “al pueblo venezolano” sin mencionar directamente a Maduro, pero tampoco desvirtuando lo que todas las demás tiendas califican derechamente como fraude.

La incomodidad se ve dentro del PC y entre el partido y el oficialismo, que desde casi todas sus colectividades criticó a los dirigentes comunistas que apoyaron abiertamente a Maduro.

Sin embargo, toda la trama política chilena es irrelevante ante la verdadera tragedia que vive Venezuela, al ver su democracia secuestrada por un régimen que ha hecho más pobre al país y su gente, de acuerdo con todos los indicadores conocidos. La preocupación adicional es que la perpetuación en el poder del actual mandatario acentúe los flujos migratorios, que pueden presionar aún más los sistemas de cobertura social en los países potencialmente receptores de esta diáspora forzada.

La presión internacional es esencial para retomar la institucionalidad por el bien del pueblo venezolano y la estabilidad de la región. La democracia y la libertad son condiciones sine qua non para el progreso y la prosperidad de las naciones, lo que hace inaceptable que dichos principios puedan atropellarse a vista y paciencia de la comunidad global.

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